Fotos en blanco y negro de Madrid. Las miro y algo me perturba. Hay algo que no entiendo, que me incomoda. No sé qué es. Busco dentro de las fotos. Me hago preguntas: "¿Son fotos antiguas?" "¿Están manipuladas"? ¿Por qué no me identifican con mi ciudad?" Sigo buscando y ¡por fin lo descubro! "Guauuuu, pero ¿cómo es posible? ¿Cómo lo ha logrado?" No puedo evitar preguntar a la única persona que está en la sala, que resulta ser el autor. Me dice que son fotos actuales, analógicas y sin ningún retoque ni manipulación. Ante mi asombro me explica cómo lo ha hecho sin que mi curiosidad satisfecha salga de su estupor.
Finalmente recorro y termino la exposición con una cierta sensación de extrañamiento. Hay algo frío, distante, en esas fotos que me impide disfrutarlas del todo, que distorsiona su belleza y me produce una sensación muy agridulce. Como el agua que escapa entre las manos cuando estás muy sediento: la tienes pero no la puedes retener ni saciar tu sed, y el frescor que corre entre tus dedos te impulsa a desearla más.
La exposición tiene un nombre poco acertado, en mi opinión,
y yo la hubiera llamado como mi entrada: Madrid, solo. Este otro título la definiría en dos palabras que expresan todo lo que encierra.
Con "mi" título y gracias a lo que las fotos provocaron en mí, he descubierto que Madrid es su gente, su látido; y que es por eso que es hermosa y diferente. He descubierto por qué me siento parte de la foto cuando la recorro y nunca me siento sola en mi ciudad.
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