A los árboles les duele el viento.
Se mecen temerosos, acuciados por sus embates;
componiendo en susurros quejumbrosos y humildes,
una nana funeral de sus livianas hojas.
Se van adelgazando obedientemente.
Algunos se resisten, aparecen frondosos,
aferran sus peciolos con garras invisibles.
Otros, ya entregados, revelan sus ramajes
despojados y tristes.
El viento los desnuda, les arrebata en colores
las hojas que ayer fueron verdosa compañía.
Y el suelo se convierte en espejo restallante
de amarillos y ocres, luminosos, rotundos;
en un tapiz de vida que se va, sigilosa.
El viento. Ese dolor que avanza ineludible.
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