Quizá gracias a esa frase, entre otras muchas cosas, queda tanto de aquello aunque ahora ya no somos amigos. Y no lo somos en el sentido exacto de la palabra. Porque la amistad se teje día a día y se llena de compartir, de comunicar Y hace mucho que nosotros, mi amigo y yo, no alimentamos ese nido de emociones y de vida. Nunca lo podré olvidar, claro. Pero ahora es más un afecto, un recuerdo maravilloso, que una amistad.
Creo que la amistad, el amor, no pueden fortalecerse en medio del silencio. Sé que hay muchas interpretaciones sobre el silencio. (Lo sé porque me lo has explicado, César) pero a mí no me sirven.
Sigo sin aceptar el silencio. El silencio me acorcha, me desarma,
me deja desnuda, desprotegida, me da frío, me deja yerta (debería haber un verbo
para esto. Algo así como "yertar". "Me yerta"), me acartona, me insensibiliza, me
aleja, me pone en actitud de defensa. Porque me hiere.
Hay muchas formas de expresar la necesidad del otro, su cariño, su compañía.Lo sé y me llenan también. Pero qué rica la ensalada del aprecio aderezada de palabras. En un goteo constante, perserverante.Como esa brisa que casi no percibes pero te acaricia y acompaña haciendo el camino posible e incesante.
Qué felicidad sentir que alguien te necesita porque te lo dice o porque te busca con sus palabras.La magia del encuentro con el otro en sus palabras es una experiencia única. El silencio la anula y la debilita. Una oquedad donde buscas melodías y solo encuentras tu propio eco haciéndose preguntas.
(Gracias, César. Por provocarme tantas cosas y tantas palabras. Aunque a veces siga sintiendo que necesito más y el título de esta entrada)
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