Esos pequeños acontecimientos son las raíces de la vida, las que nos conectan con la esencia de vivir. Raíces aparentemente frágiles, ocultas en su oscura presencia, pero que sostienen el trayecto no siempre fácil que supone vivir.
El domingo 12 de abril, en el salón de actos del centro cultural Pablo Iglesias de Alcobendas un pequeño acontecimiento, y no nuevo para mí, me llevó a un lugar cálido en cuyo trayecto me había extraviado. Y allí, lo encontré. Un espacio dulce, algodonado, donde el aire entra en los pulmones con intensidad y de donde no quisiera moverme nunca más.
(Está tan guapo que hasta se sale la foto del encuadre...jajajaja No sé por qué)
Las raíces son la sonrisa de mi hijo que también he extraviado en ese trayecto oscuro de la incomunicación y los desencuentros.
Las raíces son su concentración, su responsabilidad, la admiración de sus superiores y su relación con los compañeros.
Las raíces son verle disfrutar, ser él mismo, el que siempre ha sido y que yo he perdido. Generoso, amable, sereno, inocente.
Las raíces son todo el amor y la admiración que siento por él y se me van quedando por el camino, sin darme cuenta. Sin darme cuenta de que me quedo yo también, por el camino, porque pierdo lo más importante, mis raíces, Las que me atan a lo único importante de la vida: compartir emociones con los que amas.
Raúl tú eres lo que amo y la única emoción que llena mi vida. Que ahora está muy vacía porque estamos muy lejos.
Te quiero, Raúl.
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